No tuvo una vida fácil ni holgada, siendo esposa de un carpintero en el pueblo de Nazareth, en un país invadido por el Imperio; como esposa, tuvo que afrontar la muerte temprana de José; como madre, sufrió el inmenso dolor de ver a su hijo condenado injustamente a la Cruz. Tampoco el recorrido de su fe tuvo que ser sencillo: dar el paso del judaísmo a creer en su hijo como Hijo de Dios.   

En ella nos pide Nazaria que nos inspiremos: en una mujer llena de fortaleza y confianza en Dios, que alentó a la comunidad primitiva a dar un paso esencial: ser portadora del mensaje de Jesús entre los suyos, ser misión.