La JMJ fue un regalo maravilloso. Todo, de repente, tenía un sentido profundo: las ceremonias, las esperas, los diálogos, las reflexiones y homilías… Todo ello confluía hacia una de las experiencias más significativas que viví: el fuerte acercamiento hacia el Señor. Lo más bonito es que no era yo la única que me hallaba en esa situación. Es precioso ir caminando por la JMJ y que una persona se pare para darte una pulsera o dedicarte tiempo simplemente, y que ello se haga sin necesidad de conocer tu idioma
En la JMJ fui muy consciente de que el Señor actúa a través de nosotros; es emotivo ver a chicos rellenando botellas de agua para todo su grupo, yendo a por comida para toda la comunidad o sirviendo de ayuda para sus amigos con dificultades para caminar. Cada segundo te encontrabas momentos únicos en los que claramente se podía ver ese rostro del Señor.
Uno de los momentos que me llevo grabado en la retina fue un momento que viví en una parroquia de Lisboa, entramos y no había espacio en los bancos para más personas, nos tuvimos que sentar en el suelo, en la parte de atrás. Expusieron al Santísimo y los cientos de jóvenes que ahí estábamos, nos dispusimos a adorarlo. Silencio, rostros concentrados, miradas fijas en la Eucaristía… en medio de la multitud, parar para reconocer que Él es Dios.
Levanté un segundo la vista y justo delante mía había una chica portuguesa que no paraba de llorar y de sonreír a partes iguales, al lado una chica andaluza, que al verla sólo quería abrazarla. Lo más curioso fue que la chica andaluza no la abrazó a ella, sino que la chica portuguesa se giró y abrazó a la andaluza diciéndole: «¿Sabes una cosa? El Señor te ama así, tal y como eres». Fue un momento precioso, porque esa mujer dijo a la chica lo que necesitaba oír, como si el Señor hubiera pronunciado esas palabras. La emoción fue tal que se contagió por todo el fondo de la parroquia. Me quedo con eso, con que el Señor a veces actúa por medio de otros, para que realmente sepamos, que está ahí, que nos quiere.
María Mariablanca
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